MANOLO | IRAN UNA FIESTA EN TEHERÁN

IRAN UNA FIESTA EN TEHERAN

En mi viaje a Irán, mientras estuve en Teherán me quedé casi todo el tiempo en casa de una familia local: En una lujosa fiesta veraniega en Marbella conocí a Hadi. Cuando llevaba varios días en Teherán llamé a esta familia para que me echara una mano con los visados a los países Chiquitistán (Turkmenistán, Kirguizistán y Uzbekistán). Pero me engancharon con su impresionante hospitalidad y a partir de ese momento mi estancia en Teherán perdió parte de la soledad necesaria para disfrutar de cierta dosis de aventura.

Hadi, que tiene 25 años y vive a caballo entre Londres, Teherán y Marbella, me llevó por la noche a una fiesta de unos amiguetes ricachones (sus padres habitualmente se dedican a la construcción de edificios de lujo en el norte de Teherán). Después de recorrer en el 4×4 de Hadi las espectaculares y cuidadas vías de circunvalación durante más de media hora, llegamos a la zona norte de esta urbe de 13 millones de habitantes. Subimos al piso 25 en un ascensor de cristal que recorre el costado del edificio con unas fantásticas vistas de la ciudad iluminada. Las hojas del ascensor se abrieron y desde una puerta cerrada a la izquierda retumbaba un ruido infernal.

Golpeamos varias veces y un tipo alto vestido de negro con una esvástica en el hombro nos hizo pasar apresuradamente. Dentro el estruendo era ensordecedor. Un equipo de al menos 200 vatios escupía a máximo volumen lo último en música dance y progressive, probablemente importada ilegalmente de los clubes underground de Londres y Los Angeles. Las luces estaban apagadas y solo se intuían siluetas en la oscuridad que se movían en trance.

Unos dedos desconocidos se introdujeron en mi boca. Noté que habían depositado en mi lengua algo extraño y escupí. Después me enteré que el anfitrión me introdujo una pastilla de éxtasis puro, fresquito de Afghanistan. De vez en cuando, en la penumbra, discernía las figuras de enloquecidas chicas con pantalones por de lycra ajustados por debajo de la rodilla, tops que les dejaba el ombligo fuera y botas altas. Por supuesto, el velo había quedado en la entrada. En la cocina había algo de whisky sin hielo. Me uní al resto de siluetas y no paré de bailar en la oscuridad entre estos poseídos hasta las 5 de la mañana.

 

ISFAHAN

Alejado de la cárcel con barrotes de oro de “mi” familia teheraní, mi primera parada fue en la espectacular ciudad de Isfahán. A seis horas de Teherán en un autobús de dos pisos por una autopista sin un solo bache se encuentra el máximo hito arquitectónico del país. Entre 1500 y 1750 transcurrió la 3ª época de oro de la historia persa: la dinastía de los safávidas. El Sha Abbas I construyó una ciudad llena de jardines, parques, plazas, puentes y mezquitas. Aún hoy queda parte de ese sofisticado ambiente que debió imperar en la ciudad que aglutinó la mayor concentración de sabios, poetas y filósofos en el Asia de aquella época.

Allí ví una de las más hermosas mezquitas que probablemente haya en el mundo: Masjed-é Eman. Además, el escaso número de turistas que hoy visita Irán hace el turismo aún más atractivo. Otros puntos de interés son la inmensa plaza del Imán Jomeini, grande como 8 campos de fútbol y patrimonio universal de la humanidad, y los puentes que atraviesan el río Zayandé, seco este año por primera vez en los últimos 4 siglos. Me alojé en el único hotel para mochileros que he visto en Irán. Pagaba 3 euros por una habitación compartida con un belga y un neozelandés. El ambiente era bueno pero las habitaciones eran un poco guarras. A Isfahán fui armado con varios números de teléfono que me facilitaron mis anfitriones de Teherán. Eché mano de uno de ellos y terminé de nuevo desfilando por estupendas mansiones y bebiendo litros de té.

Pedro, iraníespañol de 24 años que había vivido con su familia en Palma de Mallorca durante 6 años, me presentó a su familia, incluyendo primos y tíos. Pedro me presentó a Mas-ud. Mas-ud, con 22 años, conducía un espectacular Mitsubishi 4×4 que allí debía costar una fortuna. Su padre, como no, era constructor de edificios de lujo en Teherán.

Decía que trabajando con él ganaba 100.000 dólares al mes. Y eso en un país cuya renta percápita es un tercio de la española. Se empeñó en demostrarme como se liga con las iraníes. Eso en una sociedad en la que aún se apedrea a las mujeres adúlteras y donde la policía moral patrulla las calles cuidando que todas las mujeres cumplan con la obligación de llevar el velo (chador), no hablen con extraños en la calle ni incumplan las numerosas obligaciones de decoro que imponen la ley islámica (ch`aria) y la tradición (sunna). Ese mismo día había visto a un joven recibiendo una paliza de varios “guardianes” por dirigirse a una desconocida en la calle. Mas-ud pegó su Mitsubishi a un pequeño coche Paykan. Lo conducía una iraní bastante guapa. Le pitó. Ella miró y reaccionó bastante asustada. Aceleró. Mas-ud la seguía pegado a su parachoques.

Ella viraba e intentaba despistarnos sin éxito. Tras diez minutos de persecución le pedí a Mas-ud que la dejase. Me pidió paciencia y continuamos 10 minutos más. En una de las retenciones, él le dirigió la enésima carantoña. De repente, ella sonrió por primera vez. Mas-ud le pidió que bajase la ventanilla. Ella lo hizo. Mas-ud, con el brazo descansando en la ventanilla de su flamante Mitsubishi Pajero y con aire de autosuficiencia le dijo algo en persa. A instante seguido garrapateó unos números en un trozo de papel y lo paso por la ventanilla de coche de la chica, que lo recogió complacida.

Los coches se separaron y la persecución parecía haber terminado. Yo no entendía nada. Mas-ud sonreía satisfecho. De repente, su diminuto móvil comenzó a cantar. Para mi asombro, la chica estaba llamando para quedar esa misma noche. Otra noche, conforme a la exacerbada hospitalidad iraní, Pedro y su amigo Soheil organizaron una pseudo fiesta iraní. Trajeron a un montón de gente y en el apartamento de Soheil creo que bailé al estilo iraní hasta altas horas de la madrugada.

Los iraníes bailan con los brazos extendidos y las manos semicerradas (al estilo Zorba el griego) una música parecida a la guitarra flamenca con fondo de percusión y sintetizadores. Uno de los grupos más populares son los Gipsy Kings. Soheil tocaba con maestría un órgano con sintetizador Korg.

SHIRAZ

No tengo mucho que contar sobre esta bonita ciudad. Después del regalo para la vista que es Isfahán.
Durante el pesado viaje de 9 horas en autobús se me sentó al lado un joven iraní muy afable, pero después de darme algunos sobeos disimulados dejé de lado la idea de que en Irán no hay homosexuales. Tuve que pararle los pies (las manos) con un grito. Al llegar de madrugada no tuve otra opción que alojarme en la más inmunda de las habitaciones de la pensión Estehglal. El inodoro (como la mayoría de los del país, un hueco en el suelo) desparramaba un olor infernal por toda la habitación. Para colmo, tuve que deshacerme de una enorme cucaracha voladora empujándola con el líquido que quedaba en un cubo debajo del lavabo. Me di cuenta demasiado tarde que este líquido era orina. A la mañana siguiente, en el quiosco-restaurante de abajo conocí a dos iraníes con look John Travolta que trabajaban una de las plataformas petrolíferas cerca de Irak y Kuwait. Estas plataformas fueron testigos de las más encarnizadas batallas cuerpo a cuerpo de la guerra Irán-Irak.

Es un trabajo muy peligroso y cobran auténticas fortunas por cada 15 días de trabajo al mes. Shiraz fue la capital del imperio persa sólo 50 años en la segunda mitad del siglo XVIII. Conserva algunos preciosos mausoleos de poetas muertos, la impresionante mezquita de Shae-Cheragh, con todos los techos recubiertos de miles de espejos, y algunas mezquitas en callejones escondidos. Lo mejor de Shiraz es su bazar. Armado con la cámara hice más de 30 fotos de gente.

Les encanta que les fotografíes, pero si lo intentas con una mujer, es posible que te lleves un buen rapapolvo. Shiraz es también la mejor base para visitar los restos arqueológicos de la una vez fabulosa Persépolis. Para llegar allí, a 60 km, me enganché en un taxi compartido con Yee, un alemán de padres coreanos que venía a visitar a sus familiares iraníes, Jack, un australiano recién casado que estaba dando la vuelta al mundo en solitario mientras su esposa esperaba en Sidney, Brian, un norteamericano “verde” que regresaba por carretera y mar hasta su casa en Seattle después de enseñar ingles durante dos años en un pueblo perdido en el norte de China, y Majid, un agresivo hombre de negocios de la industria cristalera iraní que se ofreció a llevarnos de tour sin esperar nada a cambio.

Mi último destino fue KERMAN, a otras 9 horas en autobús hacia el Sureste. En la terminal de Shiraz, mientras intentaba esclarecer el absurdo pero kafkiano horario de los autobuses (en cada terminal importante hay 30 o 40 compañías privadas, y algunas mienten para atraerte) conocí a Alain, un vejete belga con el pasé los tres días siguientes. Mas callado que una momia, y encima solo hablaba francés. Kermán es una ciudad sin personalidad en medio del desierto de la que poco más voy a contar.

 

Hasta la próxima. Manolo.