Zimbabwe, Zambia, Botswana y Namibia
por Juan Colmenar
Viajar por Africa es siempre una aventura. Stanley cuando inicia su viaje en busca del Doctor Livingstone lo hace desde la madrileña calle de la Cruz. Salvando distancias, poco después yo me
ancontraría en una situación parecida…Era un día triste y gris del invierno madrileño, uno de esos días en los que nunca pasa nada importante. Estaba intentando estudiar algo tan farragoso como
macroeconomía. Me hallaba sentado en la sala de fumadores del Ateneo de Madrid cuando de pronto cerré los libros.
¡Ya está bien por hoy! me dije; mientras paseaba la mirada por una sala en penumbras llena de opositores y libros viejos. No pude evitar una sonrisa cuando el estudiante que tenía enfrente me hizoun gesto como diciéndome “¡Que poco has estudiado hoy..!
Pero ese día había quedado con mi amigo “el Burgués” para cenar. Así que dejé los libros en mi taquilla, hasta el día siguiente… -En aquel momento yo ni podía imaginar que el día siguiente en el
Ateneo sería un mes después-. Durante la cena apareció Miguelo, un sevillano primo de unos íntimos amigos. Al preguntarle por su hermano Manolo me contó que estaba dando la vuelta al mundo desde hacía 5 meses. Escuché emocionado los relatos que por carta le había ido contando.
– Notando mi excitación y viendo el interés que no podía ocultar me dijo algo mas: “Nos ha propuesto que le visitemos en el sur de Africa”.
Le pedí que me diera la dirección de correo electrónico de Manolo, ya que así es como se comunicaban con él. Y esa misma noche le mandé el siguiente mensaje:
Hola Manolo, estuve ayer con tu hermano Miguelo, y me estuvo contando tus andanzas, y me dió tu dirección de correo electrónico. Espero que te llegue… Me comentó Miguelo que estabas preparando un viaje por el sur de Africa.… Le dije que me apuntaba… Si recibes este mensaje a tiempo, y todavía es posible que te acompañe, dímelo. Justo ahora dispongo de tiempo y dinero… Un fuerte abrazo. Juan Colmenar
Casi 24 horas después recibí la siguiente respuesta de Manolo:
Juanillo… Alegría oír de ti. Mas alegría por saber que puedes venir por aquí abajo. Desde el 18 al 30de diciembre estaré en Zimbabwe. Un país excelente para el turismo. Por allí pasa la mejor parte del río Zambeze, el más conocido para practicar rafting. Hay excursiones en balsa que duran un día completo, con muchas bajadas de grado 4 y 5. Además, esta el Bungi Jump mas alto del mundo, con 111 metros. Los parques naturales son una maravilla para ver animales salvajes. También están las impresionantes cataratas Victoria. Eduardo Sarrión, compañero de trabajo de Miguelo, llega a Harare, capital de Zimbabwe, el día 18 dic a las 13:30. Habla con él si estas interesado en pasar un pasártelo
bien. Si vienes trae ropa de verano.Bueno, espero que esto sirva para animarte y te vengas. Manolo
Emocionado contacté con Eduardo y me puse en marcha. No hacía falta visado para Zimbabwe. Saqué un billete de avión por 150.000 ptas y me vacuné contra la malaria. En tan sólo tres días tenia el viaje organizado. Ahora sólo faltaba un pequeño detalle…. decirlo a mi familia y a mi novia.
Eran casi las siete de la tarde y estaba en el aeropuerto de Barajas esperando un vuelo de Sevilla en el que llegaba Eduardo. Casi no me acordaba de él, pues nos habíamos conocido en extrañas
circunstancias en una despedida de soltero: entonces se parecía al joven “Atso” de “El nombre de la Rosa”, pues todos íbamos disfrazados de monjes. Pero no resultó difícil reconocerle cuando vi salir a un mochilero sonriente vistiendo un pantalón corto en pleno diciembre. Juntos nos encaminamos a coger el avión que había de llevarnos a París y de allí a Zimbabwe.
Casi 42 horas después todavía estabamos en el avión. Durante el descenso miramos por la ventana como las nubes iban desapareciendo y descubrían un paisaje verde y punteado por diminutas
construcciones.
¡Estamos sobrevolando los suburbios de Harare! exclamó Eduardo emocionado. La verdad es que era para estarlo, porque el viaje desde Madrid había sido un cúmulo de errores y fatalidades no difíciles de imaginar en los aeropuertos españoles.
Pero al fin habíamos llegado. Nuestra primera preocupación era si Manolo nos estaría esperando ya que llegábamos con un día de retraso y con otra compañía aérea distinta. No había manera de
localizarle, y tan sólo habíamos podido mandarle un mensaje a su buzón de correo electrónico. Pero esto era Africa. ¿Que habría hecho Manolo al ver que no llegábamos?; con esa idea nos bajamos del avión…
Caminábamos hacia la salida del pequeño aeropuerto, que era como debía de ser Barajas hace 50 o 60 años. Había un grupo de personas en la terraza de la primera planta. Con el ceño fruncido aguce la vista intentando ver a Manolo.
– ¿Está o no está? me preguntaba Eduardo.
– ¿Es aquel?
– No, no sé, espera.
Nos acercábamos presurosos con miedo de estar colgados en mitad de Africa buscando a Manuel Livingstone. Entre el grupo de occidentales que allí se encontraban pude distinguir una silueta familiar, aún estábamos bastante lejos, pero una cosa no coincidía, Manolo era de pelo castaño y aquella silueta pertenecía a un rubio pelirrojo…
Mientras avanzábamos pude observar su aspecto de fatiga: vestía una sucia camiseta de España 92, un remendado pantalón largo de un color indefinido entre marrón y gris comprado en alguna país asiático, botas desgastadas por el uso: Manolo estaba mucho más delgado. Tras saludarnos efusivamente y ponernos al día de sus andanzas, empecé a fijarme en donde estábamos: “Esto es África, estamos a más de 10.000 km de España.” La aventura había comenzado…
El pelo teñido de rubio, nos explicó medio en broma, era para ligar mejor. Nos reímos abiertamente. Había reservado una habitación de hotel con dos camas; uno tendría que dormir en el suelo. Cogimos un taxi y dejamos las mochilas en el hotel, y nos dimos una vuelta por Harare. Fuimos a cambiar dinero y Manolo tuvo que falsificar una firma del director del banco para poder cobrar sus Travellers Checks. Después comimos en una zona comercial. No dejaba de sorprendernos lo moderna que era la ciudad, parecía que estuviéramos en Europa. Sentados en una preciosa terraza donde nos comimos atiborramos de hamburguesas, planificamos el principio del viaje. Por el momento decidimos sacarnos billetes de autobús hasta Bulawayo.
Esa tarde-noche fuimos a un pub de estilo británico y lo encontramos lleno de yuppies africanos. Eramos los únicos blancos. Conversando con unos “suecos” (así llamaba a los africanos) conocimos a Vicente. Quedó en ensañarnos la noche de Harare.
Un rato más tarde Vicente vino a buscarnos al hotel. Gracias a el nos empapamos de la vida nocturna de la ciudad porque nos llevó a 7 u 8 bares de moda y conocimos la música africana moderna. Al final de la noche nos llevó a un bar-restaurante llamado “Plaza de Castilla”, con una decoración de siglo XVI español. Tocaba el grupo Andy Brown, y su cantante “Potato” entusiasmaba a la gente, que bailaba como poseída por el diablo un ritmo raepro y pegadizo. Aquella primera noche en Africa fue fenomenal. De vuelta al hotel echamos a suertes y me toco dormir en el suelo
Al día siguiente tomamos un autobús a Bulawayo con el objetivo de montarnos en el primero que fuera a Vic Falls. Atravesamos la ciudad con las mochilas. Hacía un calor pegajoso. En la estación de un estilo puramente victoriano nos encontramos que no había billetes -tan solo en clase económica-, pero según Manolo todavía estabamos muy verdes para meternos con las cabras y gallinas en un viaje de casi 13 horas. Como por arte de magia apareció la solución, un viejecito llamado Allan Burke nos ofreció alojamiento, era el dueño de un “backpackers lodge” o albergue de mochileros llamado Paradise Lodge a 4,5 km. del centro, situado en el número 11 de Inverleigh Dr. Nos subimos con él a una furgoneta junto con un par de australianos que también estaban en nuestra misma situación.
Llegados al lodge, descubrimos con sorpresa, que era como un pequeño oasis, con piscina, mesa de billar…etc, y estaba prácticamente lleno, teníamos que dormir en el suelo. Durante la cena se reunió una curiosa pandilla, eran todos “backpackers” -mochileros- que tenían el “Lonely Planet” como Biblia, -Lonely Planet es una guía para mochileros, en el que se dan consejos prácticos e informaciones sobre todas las cosas necesarias en cada país o región- eran de todas las nacionalidades razas y colores, destacando principalmente los franceses y australianos.
Al día siguiente nos despertamos a las 6,30 y recogimos nuestras cosas a toda prisa, a las 7 Allan nos llevó a la parada de autobús. No hizo falta cogerlo, en la parada pudimos negociar con el dueño de un pick up, y tras regatear duramente conseguimos que nos llevara hasta el parque nacional de Hwange. La pareja de australianos también se subieron, y yo me monté con ellos atrás mientras Manolo y Eduardo lo hicieron dentro. A las 11 llegamos a Hwange, los australianos se habían bajado un poco antes.
En Hwange nos tocó andar como 2 o 3 km. a pleno sol con las mochilas hasta la parada de autobús de Vic Falls, este iba a ser nuestro primer chicken bus -autobús lleno de cabras y gallinas-, nuestro bautismo africano, por suerte no iba muy lleno y llegamos pronto a Vic Falls. En el centro de la ciudad nos enteramos de la dirección del backpackers lodge -Gibson Road 357-, un taxi nos dejó allí, el sitio era totalmente tropical, no tenía puertas ni ventanas, eso si había tres grandes ventiladores en el techo y cada cama con su mosquitera, un jardincito y una piscinita. Nos dimos una vuelta por el pueblo y tanteamos precios, la verdad es que el lugar era totalmente turístico, un paraíso para pasar unas vacaciones, y por lo tanto muy caro.
Nos levantamos pronto, tras desayunar y tomarme la pastilla contra la malaria fuimos a contemplar las cataratas Victoria, que en esta época del año no llevaban demasiada agua, aun así el espectáculo era increíble. Poco después decidimos caminar hasta la parte de Zambia, y cruzamos por el puente que une los dos países, una obra impresionante de ingeniería de 1905 donde está el salto de puenting más alto del mundo. Manolo y yo decidimos saltar. Después de firmar una renuncia a indemnización alguna en caso de accidente y de pagar 90 US$ no había marcha atrás. Le pregunté a un instructor si la cuerda aguantaría.
– Mira Juan la cuerda cuando la compramos nos juraron y perjuraron que aguantaba 4000 kg., pero eso Juan era cuando estaba nueva, ahora mira como está toda llena de pelotillas y de jirones, ¿cuanto aguanta ahora?… ni puta idea… …eso si, como me la rompas me compras una nueva”…
Manolo saltó el primero, después lo hice yo. El peor momento lo pasé a la subida, cuando tras descolocárseme el arnés se me quedó pillado un testículo durante 80 interminables metros de
ascensión. Anteriormente cuando empezó la concesión en 1991 el rescate se hacía desde una balsa en el río Zambeze. Pero hoy en día los jóvenes locales pelean por trabajar en un negocio que aunque regentado por australianos deja unas sustanciosas migajas en las economías de la zona.
La sensación de paz que experimentamos después no se puede describir con palabras, tal vez la mejor definición es una mezcla de satisfacción de vencer tus propios miedos, y de alegría de seguir vivo. Lo disfrutamos sentados en la terraza del hotel Victoria Falls, un hotel de 1914 y estilo puramente victoriano, con parada de tren incluida. En sus salones Stanley y Livingstone todavía hoy se puede disfrutar de un ambiente inglés al más puro estilo de Oxford y Cambridge. Allí nos tomamos relajadamente un zumo de mango mientras contemplábamos el puente sobre el río Zambeze desde el que acabábamos de saltar.
A las 7 de la mañana del día siguiente vino a recogernos un minibús de ‘Safari Par Excelence’, una de las dos compañías concesionarias del Rafting en el Zambeze en Zimbabwe junto con ‘Shearwater’. Nos dirigiamos a Zambia para hacer rafting. Partimos de la parte baja del puente donde habíamos saltado el día anterior y recorrimos 24 km.en 18 rápidos de grado 4, 5 y 6. Era el rafting más salvaje del mundo. Dentro de pocos años dejará de existir porque habrán construido una presa hidroeléctrica. Bajamos los primeros rápidos con unas aletas, un casco protector, chaleco salvavidas y una tabla pequeña de surf. Manolo consiguió hacer surf en una ola durante 40 segundos, yo apenas duré 3 o 4, la fuerza del agua era brutal. Lo pasé mal cuando me dio un tirón en la espalda, en los rápidos no conseguía mantener la tabla recta y me revolvía el río como en una lavadora. En rápidos como el número 6 ‘Devil’s Toilet Bowl’ de grado 4 y con un desnivel de 6 metros en unos 30 metros de recorrido y rocas en el medio del río hay que estar muy en forma y yo no lo estaba por entonces.
Después hicimos rafting. Nos quitamos las aletas y nos colocamos bien fuerte el casco. En el rápido 8 ‘Midnight Dinner or Muncher’ de grado 3/5 había dos variables, por el lado de Zambia el fácil, y por el de Zimbabwe el difícil -el cual pasamos-. Había dos olas gigantes y luego otra ola que cogías totalmente hundido en un agujero. De pronto apareció un helicóptero que pasó a poco más de dos metros sobre nosotros.
– ¿Es esto normal? le pregunté a Lazarus, nuestro guía.
– Eso es mala señal, respondió.
Un poco más adelante pudimos ver como el helicóptero había podido descender en una roca plana. No nos dejaban acercamos demasiado, poco después despegó, e iban dos personas dentro, el herido y una acompañante. Por suerte sólo se había partido una pierna. En el rápido 9 ‘Commercial Suicide’ de grado 6 -imposible- nos bajamos todos de la balsa y la transportamos unos 200 metros, nadie en su sano juicio intentaría pasar por ahí. Si alguna compañía intentara pasarlo estaría cometiendo un suicidio comercial. Tan sólo algunos tarados con Kayaks se atrevían, y eran engullidos con fuerza por las olas que los revolvían para al final escupirlos. Pudimos ver las caras de agobio de los que conseguían salir airosos. En el momento de terminar teníamos tanta adrenalina en el cerebro que subir el desnivel de 220 metros por unas escaleras de troncos resbaladizos nos pareció una nimiedad.
De vuelta a Vic Falls y después de haber hablado con medio centenar de personas conocimos a André, un francés de St. Etienne que había llegado hasta aquí en bicicleta desde Francia con su mujer. Casi 10.000 km… era alucinante. Nos hicimos amigos y decidieron venir con nosotros a la cena de nochebuena.
El día amaneció tranquilo, era nochebuena, estabamos agotados pero nos levantamos pronto para organizar lo que íbamos a hacer los próximos días. Eduardo y yo haciéndonos pasar por clientes
reservamos una mesa para 5 en el salón Jungle Junction del Victoria Falls Hotel. Poco después nos montamos de incógnito e ilegalmente nos paseamos por dentro de un tren que parecía sacado de una novela de Agatha Christie, de estilo victoriano que estaba parado enfrente del hotel. No había nadie dentro y me sorprendió la tranquilidad con la que Manolo tocaba todo.
– ¡Vámonos de aquí!, exclamé yo, ante la imperturbable tranquilidad de Manolo.
Era sorprendente la sangre fría que tenía en las situaciones más insospechadas. Aquella noche cenamos fenomenal. En el menú pudimos degustar la carne de cocodrilo que sabía a pescado y la de avestruz que era una carne como el buey pero mas dulce -deliciosa-. Allí conocimos a la mujer de André. Reconozco que al principio cuando nos conto su viaje me dió pena por ella, pensaba “que cabrón, mira que obligar a la mujer a atravesar Africa en bicicleta”, pero resultó que era ella la que parecía tirar del carro.
Nos estuvo contando como había conseguido sobrevivir con otras dos amigas pedaleando un mes por el desierto del Gobi, en Mongolia. En aquel momento nos acordábamos de los nuestros. Durante la cena tipo buffet Manolo aprovecho para arrasar especialmente con los postres. Los camareros vestidos de forma impecable con uniformes impolutos, no podían dar crédito a sus ojos, y contemplaban con estupor como Manolo -un blanco- seguía engullendo plato tras plato ante el asombro de propios y extraños. Tras la cena intentamos llamar por teléfono a España, consiguiéndolo unicamente Eduardo.
Una de las cosas que recuerdo con más cariño fue aquella noche la misa del Gallo en una iglesia católica. Allí cantamos en inglés muchas canciones navideñas, tras lo cual y con el corazón henchido de bondad y paz nos despedimos del cura con un ‘Merry Christmas my friend’.
El día de Navidad decidimos prepararnos para marchar de Vic Falls, la civilización dentro del corazón de Africa se pagaba demasiado caro. A las 9 de la mañana cogimos el chicken bus para el parque nacional de Hwange, otra vez tuvimos suerte y no iba muy lleno.
– ¿Que tal amigos? nos dijo en perfecto español un negro que se nos sentó al lado.
– ¿Cómo es que hablas tan bien? le preguntamos sorprendidos.
– He vivido en Madrid por 6 años, tengo mujer e hijo españoles, nos respondió.
Nos relató como volvióhacía ya dos años harto de la policía de Madrid y que echaba mucho de menos a su mujer, aunque no debía ser demasiado ya que también nos confesó que tenía muchas novias y que siempre le gustaba emborracharse.
– ¿Como te llamas?, le preguntamos.
– Godfrey, respondió.
– Bueno Godofredo pues cuando vuelvas a Madrid llámanos, le dijimos intercambiando direcciones.
El chicken bus nos dejó en un cruce, eran las doce del mediodía y hacía un calor insoportable. Hicimos autostop hasta el parque que estaba a 18 km. Tras esperar media hora a pleno sol nos recogió una amable señora que iba en un pick-up con sus hijos, que no paraban de jugar con nosotros. Llegamos al campamento principal de Hwange, un parque nacional de 14.650 km. cuadrados, protegido desde 1929, donde conseguimos habitación en un chalet a tan solo 10 metros de la valla del parque. Nos apuntamos en la visita de las 4 de la tarde, de tres horas. Nos internamos dentro del parque subidos en un todoterreno. Nuestro guía ‘Goni’ era un negrito simpaticón de unos 22 años, que estaba todo el tiempo sonriendo, y cuya ambición era llegar a ser guía de cazadores.
Pudimos contemplar una manada de elefantes bañándose en una gran charca donde también había un par de hipopótamos y un cocodrilo. También vimos perros salvajes -licaones- avestruces, jirafas, hienas, garzas, águilas, pero no conseguíamos ver leones.
– ¿Que pasa Torero, donde están los leones?, Le espetó Eduardo a Goni.
– Mañana, mañana, respondió Goni con una amplia sonrisa.
Nos despertamos a las 5,30 y a las 5,45 salimos para otro safari de tres horas. El color del cielo era espectacular, los cielos de Africa solo se pueden comprender cuando se está allí. Pudimos ver elefantes muy de cerca cruzándose en nuestro camino, el todoterreno se paraba, pues sino el elefante podría ponerse nervioso y atacarnos. Vimos también hienas, jirafas, ñus, y hasta un cocodrilo andando de una charca a otra. Eduardo y yo decidimos continuar de safari por la otra parte del parque haciendo un recorrido de unos 200 km., mientras Manolo nos esperaba en el campo principal. Estuvimos todo el día viendo animales, el calor era inaguantable, y los animales se refugiaban en cualquier sitio con sombra, pese a todo conseguimos ver bastantes. La vegetación era muy abundante, contemplamos arboles Baobábs inmensos de más de 500 años. A la vuelta vimos que el cielo amenazaba tormenta. Entre Goni, Eduardo, el conductor y yo pusimos un techo de lona al todoterreno. Empezaron los primeros relámpagos, y los rayos caían muy cerca nuestro.
– Cuenta los segundos entre el relámpago y el trueno, le dijimos a Goni.
– Y para saber la distancia de la tormenta multiplícalo por 340.
– Uno, respondió Goni, con la voz entrecortada por el miedo.
La tormenta estaba justo encima de nosotros, llovía a mares, y el conductor iba a toda pastilla, casi no veíamos la carretera, y el agua entraba por todas partes. – ¡Para, por favor! le grité al conductor. Sujetabamos la lona del techo para que no empapara al conductor. Cuando de pronto dejó de llover. Llegando al campamento principal observamos a una manada de 7 leonas a tan sólo 5 km. de donde habíamos hecho autostop el día anterior, y sin haber ninguna protección ni aviso.
– ¿No atacan?, le pregunté a Goni.
– Sólo si corres huyendo, pues te toman por una presa, contestó; su respuesta no nos dejó muy tranquilos.
Llegados al parque, nos encontramos a Manolo muy nervioso.
– ¿Porque habéis tardado tanto?, nos inquirió un poco enfadado.
La situación no podía ser más extraña. Nos habían echado de la habitación, el campamento estaba lleno, la recepción ya había cerrado y nuestras mochilas estaban fuera.
– ¡Nos vamos! exclamó Manolo.
– Tienen mi pasaporte, respondió un agobiado Eduardo.
Por suerte Goni no se había ido todavía, y nos pudo llevar hasta un lodge a 12 km., donde aprovechamos para ir un bar con él y así poder invitarle a algo. Allí se nos unió una pareja de australianos -que casualidad-. Manolo nos relató lo que ha hecho durante el día.
– He conocido a un grupo de misioneros españoles.
– ¿Os acordáis del cura de la misa del gallo?, preguntó.
-¿Del que nos despedimos?’ preguntamos al unísono Eduardo y yo, – Si, contestó – Pues era un español, ja ja.
Al grito de ‘Torero Torero’ nos bebimos unas cervezas “Zambezi”. Eduardo intercambió su sombrero con Goni. De vuelta al Lodge caminamos a oscuras por una zona de parque abierta. Todos gastábamos bromitas pero la posibilidad de encontrarnos un león no se nos iba de la cabeza.