FERNANDO EN TAILANDIA

Llega el gran día. La fiesta de la luna llena. Durante el día la afluencia de gente a la playa es superior a días anteriores. Por la tarde ya está petado de gente por todos lados. Guiris y tailandeses. Peggysues, Hooligans, Porreros, Judíos, Hippies. También muchos tailandeses malabaristas que lanzan sus palos y bolas ardiendo para júbilo de los agradecidos espectadores. Yo hago ejercicio en la arena como cada tarde mientras me rodean cantidad de gente con cervezas en la mano mirándome como si fuera un bicho raro.

A las doce, como siempre los últimos que para eso somos españoles, y después de comprar unas setas a la dueña del hotel por 10 euros cada uno salimos del bungalow y flipamos de las miles de personas que pululan por la playa. 10.000 según dicen, y eso que es temporada baja. La señora nos soluciona el problema de las setas, ya que no queríamos comprar nada a desconocidos, por la mierda que nos podrían dar y por el riesgo de que estén compinchados con la pasma, como nos han dicho que ocurre.

Así que entre el batido de setas con fruta que la señora nos prepara (y que parece más un aguilla de charco con zurullos flotando) y la bolsa de maría que Benito se encontró en un ciber de Krabi, estamos más que servidos. Nos recorremos la playa y conocemos a 2 madrileños, Alvaro e Isabel, que viajan por India y Tailandia con la cámara filmando todo lo que ven. Nos sentamos con ellos un buen rato charlando de nuestras experiencias de viaje y de las guiris que llegan a Ko Phangan después de gastarse un pastón y les cae un coco desde una palmera en la cabeza mientras toman el sol como cangrejas y se queman más que una vitrocerámica (la que le cayó un coco y le desfiguró la cara es una historia real). También esquivamos como podemos a los niñatos/as que nos rodean por todos lados potando  revolcándose en el suelo. Algunas yacen en el suelo medio muertas mientras algunos desalmados les vacían cubos de bebida y se los ponen a modo de sombrero.

Quien no se ha metido algo, tiene en la mano un cubo de playa lleno de ron, coca cola y lipo (red bull en versión tailandesa). Finalmente conseguimos levantarnos a pesar del colocón de canutos y las setas que a Fernando le han subido. La playa se la reparten un montón de bares, uno al lado del otro y compitiendo por la música más cañera y más alta, y por los equipos de sonido más modernos. Hay reggae, indie, bacalao, rock, hard techno etc… vamos para todos los gustos.

Desde un extremo de la playa un bar proyecta el láser más potente que hemos visto nunca. El halo de luz recorre toda la playa posándose sobre las olas, como guiñando el ojo a la luna que domina sobre el mar, e ilumina la montaña que cierra el otro extremo de la playa, que es donde se encuentra nuestro bungalow. Tras separarnos de los dos españoles intentamos movernos cruzando por la orilla diferentes zonas correspondientes a diferentes bares, cada una con un musicón bestial y diferente. Las setas ya han hecho efecto.

Benito siente algo raro y se da cuenta que se ha cagado sin enterarse (o es la sensación de que le han subido las setas? No sabe decirlo). Avanzamos muy lentamente, cada vez que cambiamos de uno a otro es como si entraramos en una nueva dimensión. Paradise, Zoom, Vinyl, etc… En este último nos encontramos a Arturo, el cocinero mallorquín, que intenta buitrear a unas australianas que pasan de él ya que van puestísimas de MDMA? Ya colocadísimos los dos nos quedamos embobados mirando a la gente. Algunos bailando como locos, otros con la sonrisa en la boca como demostrando a los demás el buen material que se han metido. Muchos tirados en la arena conscientes o inconscientes. De repente vemos a uno flotando en el agua cerca de la orilla y le sacamos a la arena evitando que se ahogue. Fernando persigue a una tailandesa por el olor de algo que ella está esnifando, pensando que es una sustancia psicotrópica desconocida y atrayente. Al preguntarle que es descubre que es sólo Vicks Vaporub.

Luego una negra le pide que le saque una foto y él le pide un trago de la cerveza que lleva en la mano, a lo que accede después de sacar el pulgar de la botella. La chica habla algo de español y Fernando con el pedo le pregunta de donde es y no sabe si le contesta que es etíope o que le dice que esta bebiendo TioPepe. En este punto de la noche empezamos a dudar de todo. Estamos colocados?. Estamos serenos? El resto de la gente nos parece que está puestísima. Será verdad o es sensación nuestra y distorsión de la realidad? Nunca lo sabremos aunque sospechamos que todo el mundo va puesto. Algunos, entre ellos grupos de judíos, con la sonrisa permanente en la boca no pueden negar que van de pastilas. Otros, más simplones, sobre todo hooligans británicos, han acabado con las reservas de cerveza de la isla. Los mayores, sin duda hippies anclados en los setenta, sobreviven con la maría. Las situaciones surrealistas se repiten. Entre borrachas en bragas tiradas en la orilla, en cuya celulitis rompen las olas del Mar de China, encontramos en la orilla un pez globo. Al principio no estamos seguros de si es un juguete o un pez real. Al final una inglesa lo coge de la cola (el pobre está muerto) y se lo lleva a un hombre local para preguntarle que coño es y el hombre la manda a tomar por saco. El pobre cadáver de pez globo, que es blanco, lleno de espinas y con ojos saltones se queda tirado en la orilla mientras los drogadísimos transeúntes flipan con él. Tiene una cara muy graciosa, como si hubiera querido solidarizarse con los asistentes a la fiesta y se hubiera metido un gramo de special K.

Más adelante un hombre baila en bolas mientras sus amigos intentan convencerle sin mucho éxito de que estaría mejor con un calzoncillo puesto. Los bares han montado varias tarimas para que la gente baile. En algunas casi no cabe ni un alfiler y se mueven peligrosamente. En otra un gordo/oso mueve el esqueleto sabiendo que será su única oportunidad para ser un gogo en toda su vida sin que le tiren huevos. Por todos lados hay putillas a la caza del occidental.

Claro que con nosotros no tienen mucho éxito a pesar de que se lanzan continuamente contra nuestros cuerpos. También abundan grupos de chiquillos locales que aprovechando el pedo del personal intentan pillar alguna cartera. Pero los pobres no son muy profesionales, se les ve venir a la legua. A mitad de la noche empiezan a aparecer mujeres, parejas y familias locales que inspeccionan la arena para encontrar objetos, dinero, carteras etc.. de los pobres colgadillos que las han ido perdiendo durante la noche. Sólo les falta el detector de metales. Una mujer pasa junto a nosotros con una cartera hacia la orilla para quitarle la arena y sacar lo que lleva dentro. Pero una ola se la arrebata y viene a parar a nosotros. Se la devolvemos con toda nuestra mejor intención para que acabe de registrarla y se cree que se la estamos reclamando, que es nuestra. La pobre no quiere volver a cogerla. Al final acepta y se queda con su contenido.

Casi está amaneciendo y nadie se quiere ir a dormir. Las últimas putillas locales a la caza del occidental que este libre. Las peggysues, ya sabiendo que no van a pillar, acaban con las cervezas que quedan y caen a la arena con coma etílico o bien se lanzan al agua a calmar sus furores uterinos, casi inconscientes. Por fin sale el sol. En la arena se distinguen infinitos reflejos de los miles de botellas tiradas por todas partes, a las que acompañan cubos, sandalias, luces de colores etc…. Se vislumbran acercándose a la bahía varias embarcaciones que vienen a recoger a gente (si se pueden llamar así) y llevárselos a Ko Samui. Los malabaristas salen de nuevo a entretener al sol con sus bolas y la mitad de la playa comienza a arrastrar a la otra mitad que no puede ni moverse. Nosotros nos vamos retirando poco a poco, habiéndo disfrutado de lo lindo y con la sensación de haber vivido una fiesta brutal, inolvidable. Sin duda la mejor en muchos meses. A Fernando le cuesta dormir, sale a esperar que el sol suba un poco más y le convenza de que ya es hora de dormir….

Dos días mas tarde nos encaminamos a Bangkok a solucionar el problema con nuestro pasaporte. El viaje fue largo. La primera fase fue en taxi hasta llegar al punto de la isla donde debiamos coger el barco hacia tierra firme. Descubrimos que además de la playa donde habíamos pasado 7 días sin movernos más de 500 m a la redonda había vida exterior. Y el resto de la isla parecía muy bonito. Da igual, la próxima vez veremos más.

Lo que tocaba ahora era intoxicarse y pegarse una buena juerga, que es lo que llevábamos esperando muchos meses. Así que no nos arrepentimos de haber actuado como hacen muchos hooligans que vienen a Mallorca una semana y no salen de la playa de Magalluf o de la Calle de la cerveza en El Arenal. Embarcamos en el ferry que nos llevaría a Surat Thani entre hordas de mochileros que entraban como el ganado, con pegatinas de varios colores dependiendo de su destino final. Y la misma tónica dominó el trayecto en tren que nos llevaría a Bangkok. Al menos era nocturno así que quedó el recurso de correr la cortinilla de la litera y abstraerse del circo que nos rodeaba.

Bangkok es sin duda alguna la ciudad más estresante del sudeste asiático. La mezcla de polución, tráfico, ruido, y de personas a la caza del turista hace que sea agobiante. Ya lo sabíamos porque no era nuestra primera vez en la capital de Tailandia, pero el hecho de que siempre recordemos lo mejor de cada sitio había hecho que nos olvidaramos de lo peor de esta ciudad. Ya desde el principio tuvimos que sufrir las peleas diarias para regatear en los tuktuks y las largas horas parados en atascos por las calles de la ciudad.

Y lo peor, tragando polvo y polución que nos obligaba a ducharnos varias veces al día y beber líquidos como cosacos. A pesar de no tener muy buen recuerdo de Khao San Road, el bolsillo nos pudo y decidimos quedarnos en esta zona de mochileros para no gastar tanto en alojamiento. Al principio no nos importó mucho alojarnos en esta zona, que sin duda representa lo peor de Tailandia y lo más negativo de la influencia del turismo de masas.