AFRICA OCCIDENTAL | REFLEXIONES SOBRE ÁFRICA

Estoy cerca del final de este largo viaje, sentado frente a la pantalla de un ordenador en una pequeña empresa de telecomunicaciones en Accra, la ciudad más importante de Ghana, en el Oeste de Africa o  África Occidental, según con quien hables. Es sábado por la tarde y un taxista al que le he preguntado como puedo acceder a un ordenador me ha traído a este pequeño chalet blanco de madera con dos torreones rodeado de un frondoso bosque. He llamado al timbre, que no suena.

Precavido he empujado la puerta con mosquitera, que estaba abierta, y entrado en una habitación grande con aspecto de oficina. He dicho ¡¡hola!! varias veces, pero parece que no hay nadie. Creo que estoy solo en el edificio, y veo varios ordenadores, libros, material de oficina, un par de mesas llenas de papeles, un ventilador de aspa encendido y otras cosas. Si fuera un chorizo podría haberme llevado impunemente miles de euros en material.

Pero soy más bueno que el pan y lo único que haré es utilizar este ordenador encendido para escribir la última crónica. También tengo ganas de navegar en la web para saber que ocurre en el mundo. Lo mejor de todo es que creo que me va a salir gratis.

En el territorio que llaman Afrique D´ouest o West Africa según estés en una ex-colonia francesa o inglesa, se agrupan multitud de pequeños países. La mayoría son francófonos y tienen forma de dedo, vertical y alargado, resultado de una organización territorial ignorante y perniciosa dejada por los europeos. La palma de la mano sería una entrada profunda del Atlántico; algunos lo llaman Golfo de Guinea y otros, Golfo de Nigeria.

Hace algo más de un mes aterricé en Lomé, capital de Togo, procedente de Johannesburgo. Durante cinco semanas he viajado por Togo, Benín, Burkina Faso, Mali y Ghana. En pocos días salgo hacia Costa de Marfil. Esta es la última etapa en mi segundo periplo alrededor del mundo. África Meridional tiene poco que ver con África Occidental. Los países del cono Sur africano están
dominados económicamente por una minoría blanca de origen europeo. La influencia de las antiguas colonias es evidente y la mitad sur goza de una infraestructura más desarrollada que sus vecinos del norte.

En el sur hay más carreteras pavimentadas y mejores servicios públicos, pero también más turistas con shorts que mascan chicle con la boca abierta, visten camisas hawaianas y te preguntan dónde queda la hamburguesería.

También el transporte público es más cómodo, la corriente eléctrica funciona regularmente, el agua del grifo (cuando hay) es casi potable, hay menos aglomeraciones en las oficinaspúblicas, etc. Sin embargo, en el Cono Sur noté más pena y resentimiento en la mirada de los nativos negros…

En África Occidental, y sobre todo en las ex-colonias con fuerte influencia francesa Togo, Benin, Burkina Faso y Mali, he sentido tocar más cerca las facetas profundas y humanas del continente negro. El hombre blanco escasea o se esconde en hoteles de lujo, embajadas o mansiones. Los antiguos colonizadores hace tiempo que se marcharon. Fuertes olores y suciedad suelen impregnar el ambiente, la infraestructura turística está poco desarrollada y los útiles esenciales para vivir con dignidad son más difíciles de adquirir.

Físicamente he sufrido más, y no por este calor húmedo que abotarga los sentidos a cualquierhora del día, sino porque he padecido diarreas, vómitos, fiebre y garrapatas. No he disfrutado de la comida y mantener el apetito ha sido una batalla diaria. Una dieta monolítica a base de arroz, fideos, salsa picante, algo de carne, acompañada de agua tibia y sucia hacían que temiera la hora de la comida.

En un mes he bajado hasta 65 kilos, es decir, he perdido un 10% de masa corporal. Creo que voy a fundar una empresa con el slogan “si quiere adelgazar, viaje conmigo”. A pesar de tantas incomodidades, es en esta tierra donde he sentido un África auténtica que sacude tus principios y te penetra hasta la médula.

Es contradictorio, pero mientras más sufres para adaptarte, más
valoras lo que te está pasando. Aquí estoy muy lejos del parque temático Victoria Falls, del extraño injerto alemán en el desierto namibio y de los rascacielos de vidrio y acero de Johannesburgo. Mantengo mi teoría de que no hay países mejores ni peores.

Lo que a primera vista puede parecer un infierno queda compensado por más solidaridad, amistad, hospitalidad, colaboración o unión entre las personas. Por supuesto, exceptúo zonas en guerra o víctimas de graves crisis humanitarias. Una vez alcanzado un nivel mínimo de riqueza material, la felicidad no varía demasiado entre países. Las diferencias positivas y negativas se equilibran y compensan para hacer de cada cultura, civilización y paisaje algo novedoso, incomparable y siempre atractivo.

La diversidad es maravillosa. Dice Flaubert: “la humanidad es como es. No se trata de cambiarla, sino de conocerla”. Cuando regrese a casa, más de un amigo me va a preguntar: ¿qué es lo que más te ha gustado de África?La respuesta es: Tanzania, Namibia y Mali. Los dos primeros, por sus paisajes, el tercero, por sus gentes.

 

Cuando me refiero a la gente, lo hago a los habitantes de África Occidental en general. Rara vez,  exceptuando los países donde impera el budismo, he visto un pueblo tan pacífico y amigable. Muy pocas veces he tenido miedo de caminar por sitios recónditos o mal iluminados durante la noche, y durante este viaje he estado en muchos. Sólo recuerdo un incidente: en la caótica entrada al estadio de fútbol en Ouagadogou cacé a un tipo con la mano en mi bolsillo.

No llegó a mayores y salvé por los pelos mi documentación y dinero. En las aglomeraciones urbanas como Accra ó Ouagadogou he caminado con cuidado, como en cualquier gran ciudad.

En la mayoría de los lugares podía dejar mi mochila apoyada en la pared (bien visibles el escudo del Betis y una banderita de tela que me identificaba como español), sin preocuparme demasiado por un eventual robo. Llegué a la conclusión de que hay una asfixiante ausencia de riqueza material y son muchos los que están por debajo de la línea de pobreza extrema. Sin embargo, mantienen una sincera sonrisa. Donde no hay desigualdades, no hay envidia. Sin envidia, no hay violencia.

Entre otras cosas, hay tres razones que me hacen ver el viaje a África Occidental como una experiencia auténtica:

  1. Fuera de las ciudades, en las zonas rurales, es fácil toparse con tradiciones y ritos ancestrales que aún se conservan intactos.
  2. Pasé días e incluso semanas sin ver turistas blancos. Cuando los encuentras, solían ser europeos que trabajan en proyectos de ayuda internacional, se dedican al tráfico de objetos antiguos o pertenecían a alguna ONG.
  3. Los nativos se esforzaban siempre para que me sintiera a gusto.

Carlos Castaneda escribe en Viaje a Ixtlán:  “la gente nos dice desde el momento en el que nacemos que el mundo es tal y tal, y así y así, y naturalmente no tenemos elección sino aceptar que el mundo es del modo en que la gente ha estado diciéndonos que es”.

Estoy en un África donde el hombre blanco es percibido como un benefactor. Creo que es una gran contradicción. Me estremecen las barbaridades que los europeos hemos cometido en esta parte del mundo durante los últimos doscientos años. Sin embargo, muchísimos proyectos de ayuda para elevar los paupérrimos estándares de vida (muchos de los países de esta zona se encuentran entre los 20 más pobres del mundo) están financiados por europeos, norteamericanos y japoneses. En algunos casos he caído en la peligrosa tentación de creer que la piel blanca significa para los habitantes locales una etapa intermedia entre lo humano y una entidad superior.

Te sonríen y saludan cuando caminas por la calle te toman de la mano, te quieren sacar de paseo, preguntas una dirección e inexcusablemente te acompañan hasta el destino, espero poco cuando hago auto-stop, comparten contigo lo poco que tienen, los hombres te presentan a sus hijas con la esperanza de que te las lleves para que puedan acceder a una vida mejor, se recrean y disfrutan de tu compañía, te ceden los lugares más privilegiados… todo a cambio de estar cerca tuya durante unos escasos minutos o de intercambiar direcciones para mantener una amistad por correo. Quieren que algún día puedas ayudarles a salir de una tierra de la que no se sienten orgullosos, de su pobreza, y emigrar a la equivocada fachada de lujo y felicidad de cartón piedra que han visto en las películas.

En esta zona son conscientes de su pobreza y retraso. Muchos pretenden con sus dádivas y atenciones que más adelante compartas algunas de tus ilimitadas riquezas. Para ellos, todos los blancos somos multimillonarios. Me piden dinero con tanta ingenuidad y candidez que hiere el alma. Hace muchos años que les arrancaron la dignidad. Hasta los más viejos y orgullosos sienten el derecho de reclamarte parte de las riquezas que el hombre blanco les arrebató injustamente. Por todo esto, a pesar de las incomodidades, las enfermedades, el agobiante calor, el polvo, las tediosas
gestiones para obtener visados, la terrible comida, la suciedad y los infernales transportes públicos, la experiencia de Africa Occidental ha sido de verdad, sin fachada, sin mezcla, sin contaminación exterior, humanamente impactante.

Einstein dijo: “el que no posea el don de maravillarse o entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados”.