Tras algunas charlas deslavazadas y reflexiones en los escasos momentos sobrios, en mi estrecho compartimento del vagón, me gustaría transmitir algunos de mis impresiones sobre lo que he visto y sentido en Rusia.
Este enorme territorio transita por un momento muy delicado. Se halla en un prolongado período de decadencia, con una marcada desorientación política y económica en el ciudadano de a pie, sumado a una descoordinación entre las reformas económicas y las político-sociales impulsadas desde un gobierno centralizado y burocrático. Rusia ha entrado sin preaviso en una fase de capitalismo salvaje, sin haber ajustado previamente sus estructuras políticas y sociales ni mentalizado a sus ciudadanos. Me he topado con una agresiva economía de mercado en una cultura donde aun impera la filosofía del amiguismo, la subvención y el mínimo esfuerzo, de trabajar sólo lo necesario para sobrevivir. Aún escasea el riesgo y la mentalidad empresarial. Los pocos que la tienen están desmotivados por los altos porcentajes de beneficios a pagar a las organizaciones mafiosas que corrompen cada centímetro cuadrado de este país. Los salarios son ridículos y los precios de bienes básicos muy altos. La privatización de miles de empresas ha incrementado el número de parados en una cultura que no conocía el significado de la palabra desempleo. Muchos militares (en Rusia abundan) no tienen trabajo o no cobran desde hace años. Siguen yendo al cuartel todas las mañanas por miedo a perder su derecho a cobrar el día que el Estado decida ponerse al día con los sueldos atrasados. La clase media ha dejado de existir y la clase alta sigue engordando sus cuentas en Suiza y comprando dachas a las afueras de Moscú, y mansiones en Crimea, Londres, Costa del Sol y Dubai. La vieja nomenklatura comunista defiende su nivel de vida y mantiene impecables los jardines de sus dachas, vendiendo sin escrúpulo bienes del estado y viejo armamento a países pobres. Existe la leyenda de que algunos burócratas venden con impunidad en el mercado negro viejos aviones a reacción Mig 25 o secretos nucleares. La infraestructura pública está en decadencia y numerosos edificios con bellísimas fachadas se encuentran en su interior en deplorable estado.
A pesar del fracaso del sistema que imperado durante casi ochenta años, paradójicamente han permanecido algunos legados del antiguo comunismo que ayudan a mejorar la calidad de vida del ruso de a pie: un transporte público eficiente y barato, una efervescente y sofisticada actividad cultural en las grandes ciudades (conciertos, teatro, opera, ballet) y una población rural autosuficiente que vive dignamente. Los campesinos cultivan su propio huerto, comen y usan las pieles de sus animales domésticos y construyen sus casas con la madera de la Taiga siberiana.
Las mujeres siberianas son espectaculares. Altas, rubias, esbeltas, con piel de porcelana, elegantes, comunicativas y educadas. Creí ver más mujeres que hombres. He leído que la tasa es de 0,86 hombres por mujer, mientras que en España casi se iguala con un 0,98. ¿Será consecuencia de las masacres durante la II Guerra Mundial? ¿o de las purgas de Stalin? ¿o por el alto consumo de alcohol entre los hombres? Muchas rusas desean conocer a un europeo occidental que les libere de sus limitaciones materiales. Escasea la esperanza, quieren huir y están contaminadas por las promesas de un mundo de mansiones, coches lujosos y fiestas que han visto en las películas de Hollywood.
Los jóvenes están recibiendo una sobredosis de cultura occidental. De una educación opresiva y una censura agobiante, han pasado de la noche a la mañana a la NBA, MTV, Fútbol Americano, Formula 1, James Bond y Mc Donalds. Los garitos sólo ponen música cañera (house, progressive, techno, rock duro), mientras los más ancianos, apoyados en la barra del bar, parecen aceptarla estoicamente con la esperanza de que sea una moda pasajera. Cualquier icono occidental está sobrevalorado por una juventud que se debate entre una digna historia y tradición, demasiado lejana, y unos valores importados que aún no han digerido correctamente. Piensan que aquello que venga de occidente es más civilizado y rico, por lo tanto, mas in. Parece que sólo les interesa divertirse y el carpe diem. Pero no pueden por que no tienen dinero. Los precios para entrar en discotecas y bares son prohibitivos (¡15 euros por un vodka con cola!) y solo los hijos de los potentados, los nuevos ricos y los mafiosos pululan por las pistas de baile acompañados de espectaculares mujeres. Los demás, bailan en la calle, organizan raves o directamente se emborrachan.
Espero que esta situación no dure demasiado. Puede explotar. No me extrañaría ver una progresiva vuelta a la antigua izquierda comunista o un recorte de libertades con Putin o Medvédev. No creo que esta ciega carrera en pos del capitalismo salvaje y del dinero fácil sea buena para el país. El ciudadano ruso piensa que su otrora orgullosa patria se ha desmembrado y ha perdido su prestigio en el mundo. Sienten que les han robado la cartera y dejado en pelotas. Envidian el crecimiento económico de China.