Hola a todos! Os estoy escribiendo desde la terracita de nuestra choza al borde del mar en un playa llamada El Nido, al norte de la isla de Palawan en Filipinas. En Hong Kong nos compramos un ordenador portátil de segunda mano a muy buen precio que nos está viniendo de fábula para descargar las fotos, escribir los mails antes de enviarlos desde el cyber de turno o matar el tiempo como ahora cuando no hay nada mas que hacer que mirar el mar o las estrellas.
Filipinas es un gran oasis de paz viniendo de China. La gente es encantadora, la comunicación es fácil, los caracteres son comprensibles, la comida nos resulta familiar y leyendo los nombres de las calles o viendo las numerosas iglesias repartidas por la ciudad nos parece estar más cerca de España que nunca.
Es curioso sentir lo anterior ahora que realmente hemos llegado al punto mas oriental desde que iniciamos nuestro viaje.
Las Filipinas, tal y como dice la guía, parecen ser un montón de islas que se desprendieron de algún lugar en Sudamérica para acabar a este lado del pacífico. La única pega es que hemos llegado en el peor momento del año. Es época de lluvias y aunque ya lo sabíamos, no esperábamos encontrarnos con un tifón que nos obsequia cada día con una lluvia torrencial; de todos modos no nos importa demasiado porque el calor es tan húmedo y agobiante que se agradece que llueva de vez en cuando para refrescar el ambiente aunque sea por un momento.
Cuando aterrizamos en Manila después del vuelo de 2 horas con Philippines airlines procedente de Hong Kong, de nuevo la pregunta inevitable de que era lo que nos íbamos a encontrar. No queríamos dar por sentado que se trataba de un país subdesarrollado o tercer mundista porque no queríamos cometer el mismo error que cometimos con China pero a las pocas horas, nos dimos cuenta de que Filipinas estaba muy lejos del desarrollo y la modernidad de aquel país que tanto nos sorprendió.
Llegamos un viernes y nos instalamos en Malate Pensione. Un hotel con encanto en pleno centro de la zona de marcha. Era un poco caro para nuestro presupuesto pero no teníamos muchas mas alternativas así que prudentes, como siempre lo somos cuando llegamos a un país nuevo, optamos por la habitación más sencilla. Aunque a simple vista nos pareció adecuada, con el tiempo se convirtió en claustrofóbica y agobiante.
Desde el primer momento que llegamos a Manila, ya en la recepción del hotel, nos encontramos con algo que iba a ser una constante en toda nuestra estancia en este país. Mientras Fernando hacía el check in yo presencié como tres hombres de mediana edad y con aspecto turbio se jactaban de una muchacha filipina que acompañaba a uno de ellos como si fuera un trofeo y que por su aspecto podía ser su hija.
El tema de la prostitución es algo a lo que hay enfrentarse en Filipinas desde del primer momento. Como en Tailandia, el turismo sexual está a la orden del día y es algo que no puedes obviar por muy desagradable que te parezca pero una vez superado el rechazo casi visceral del primer momento puedes llegar a entender el asunto e incluso ver con más matices el papel de ambas partes. Por supuesto no hay excusa que valga en el caso de la prostitución infantil que me parece algo repugnante y atroz y que supone un gran problema en este país.
Lo que quiero decir es que el haber visto el tema de cerca me ha hecho tener una visión
diferente respecto al mismo. Quizás con menos prejuicios y no tan mojigata, creo que antes de meter a todo el mundo en el mismo saco hay que respetar la decisión de aquella persona adulta y libre que decide utilizar su cuerpo como una herramienta para ganarse la vida y que es injusto dar por hecho que en todas las parejas mixtas ella es una puta y él un degenerado. Aunque la mayoría de las veces ella (o él, porque la prostitución masculina es muy grande) es una pobre desgraciada y el un aprovechado, existen muchos casos en el que los papeles están completamente invertidos y otros en los que no son mas que una pareja de diferente nacionalidad que se han enamorado y están juntos. Hemos escuchado alguna que otra queja de mujeres orientales que por ser pareja de un occidental se ha dado por sentado que era prostitutas…terrible no?.
También me parece terrible lo que nos contaba nuestro buen amigo Joshua, del que os hablaré más adelante, respecto de las filipinas que trabajan en el extranjero. Muchas de ellas se ven obligadas a prostituirse por la presión que reciben de sus familias a las que el dinero que las primeras envían no les resulta suficiente. No es que no puedan cubrir las necesidades básicas sino que les reclaman mas y mas para poder alcanzar o mantener el estatus que la sociedad de consumo exige incesantemente. Es decir, que la pobre desgraciada de turno que se está dejando los cuernos en Hong Kong, Singapore o en Arabia Saudi encima tiene que abrirse de piernas para que su madre o sus hermanos puedan tener una buena televisión o el mejor equipo de karaoke del barrio. Muchas de ellas sufren profundas depresiones ante la imposibilidad de soportar tremenda presión y los casos más extremos acaban en suicidio, como pudimos comprobar en un par de documentales que fuimos a ver dentro de la programación del Festival de cine gay de Manila. En el que además conocimos al director de los mismos.
Bueno después de esta disertación sobre la prostitución y como os prometía más arriba os cuento la suerte que tuvimos al conocer a Joshua.
Una noche de marcha, como no podía ser de otra forma, después de invitarnos a copas nos ofreció su casa y al día siguiente allá que fuimos con nuestras mochilas. Lo de menos es que tuviera dos asistentas y que nos tratara como reyes sino que él era todo un personaje de lo más interesante. Presidente de una asociación de ayuda en la lucha contra el SIDA vive a caballo entre Europa, Africa y Filipinas. Visitamos su centro en Manila y nos quedamos maravillados por su capacidad de trabajo y por su labor en la causa. Comprobamos que no solo era una persona querida y respetada en la comunidad gay de Manila sino que además había conseguido logros tan importantes como la reinserción laboral de personas con VIH y lo que es aún más: el acceso a tratamiento con retrovirales hasta entonces vedados por el elevado coste que suponen. Nos indignamos y nos emocionamos cuando nos habló de su lucha contra los estamentos oficiales y la iglesia católica que se niegan a aceptar tantos las cifras de afectados como a adoptar soluciones al respecto. Con Joshua pudimos conocer a fondo la noche de Manila, y al ser una persona tan conocida, nos recibían con todos los honores allá donde íbamos. También en casa organizaba cenas con amigos. Pasamos muy buenos ratos bajo la atenta mirada de Imelda Marcos que desde una foto del salón (junto con él, ya que son íntimos amigos) parecía avisarnos de que no se nos ocurriera criticar su interminable colección de zapatos.
Como no paraba de llover y no habíamos dormido muy bien la noche anterior en Hong Kong por los nervios del viaje, aprovechamos para descansar y prepararnos para conocer la vida nocturna de Manila. Una sorpresa y una revelación que se iba a convertir en uno de los mejores recuerdos de este país.
De Manila no se puede decir que sea la ciudad más bonita del mundo. Sus atascos son insufribles, carece de cualquier plan urbanístico, zonas verdes o museos interesantes. Eso si, está repleta de centros comerciales o Malls como se les llama aquí donde miles de filipinos se pasean incesantemente tratando de huir del calor húmedo y agobiante de la ciudad aunque sea a costa de una pulmonía a causa del aire acondicionado.
Como no dejaba de llover y no queríamos pasarnos los 20 días de nuestra visa paseando por los diferentes centros comerciales de Manila decidimos comprar un billete de avión y poner rumbo a Palawan. Era el punto mas remoto que podíamos escoger, sin tener en cuenta Mindanao, para escapar del maldito tifón que se empeñaba en aguarnos la fiesta (nunca mejor dicho) desde que llegamos a Filipinas.
Antes de aterrizar en Puerto Princesa sonreímos y le guiñamos un ojo al sol que por fin hizo acto de presencia.
Al cabo de unas horas nos plantamos en una isla que a pesar de llevar el nombre terriblemente turístico de Coco Loco Island era un auténtico paraíso tropical exclusivo, pero no porque fuera muy caro sino porque era solo para nosotros. No había nadie! Nos abrieron el único resort en toda la isla e incluso las empleadas y los víveres viajaron en la misma barca que nos llevo desde tierra firme. Nadamos, buceamos, practicamos kayak, vimos las luciérnagas a la orilla del mar y escuchamos el silencio hueco e infinito del mar justo en el momento después de la puesta de sol; algo mágico e inolvidable.
Pero al segundo día después de haberle dado un par de vueltas a la isla, Fernando se sintió agobiado y abrumado por tanta belleza tropical y continuamos hacia el Norte en un viaje en bus bastante accidentado.
Pinchamos y tuvimos que bajar un par de veces porque el lodo en la carretera no permitía que el bus subiera una pendiente bastante pronunciada. Después de muchas horas dando botes y aplastados entre sacos y amables filipinos que te ofrecían incluso la mejor de sus sonrisas cuando les pisabas un pié porque no tenías espacios donde poner los tuyos, llegamos a El Nido.
El Nido es ese lugar desde el que empecé a escribir esta historia sobre Filipinas y donde ahora me gustaría volver a estar porque su atmósfera es tan relajada y el lugar tan especial que hasta yo podría escribir algo más que un simple relato de viaje…Por muy pocos pesos conseguimos una cabañita a la orilla del mar de lo mas encantadora, con su suelo de madera, mosquitera, ventilador y ese tipo de cosas que aunque parezcan simples a primera vista pueden ser tan gratificantes después de un viaje fatigoso como el que habíamos tenido. Además la chica al cargo de las cabañitas era una filipina amable, servicial y tan relajada como el propio lugar que vino a demostrar una vez más lo importante que es la actitud de las personas para convertir un lugar en algo especial.
Nos consiguió un alargador para poder conectar el ordenador a la corriente y trabajar desde la terracita; nos cocinó un pescado que compramos en el mercado sin cobrarnos nada a cambio y cada mañana barría el porche e incluso nos ponía unas flores frescas en una botella con agua que hacía de jarro. No importaba que solo tuviéramos electricidad durante unas pocas horas o que el agua de la ducha no saliera con mucha presión u otras pequeñas incomodidades, pasamos unos días inolvidables en aquel lugar llamado El Nido.
Un día alquilamos una barca junto con tres ingleses y fuimos a explorar las playas de los alrededores. Era el paisaje de playa más especial que habíamos visto nunca. No se trataba solo de arena blanca y cocoteros enormes sino de paredes verticales de piedra caliza en color gris afiladas como pinchos. Parecían estalacmitas al aire libre