AFRICA | RAFTING Y RIVER BOARDING EN EL ZAMBEZE

Al día siguiente Juan, Eduardo y yo salimos con entusiasmo a buscar otra aventura de pago. En el poblado nos apuntamos a una excursión que nos haría descender 20 km río abajo en el Zambeze, considerado como uno de los mejores del mundo para el descenso en balsa por aguas rápidas o whitewater rafting. Se superan dieciocho rápidos, cada cual más turbulento. El descenso dura todo el día. Una excelente organización y multitud de empresas y medios hacen que muchos viajeros con ganas de deporte-aventura disfruten diariamente de los rápidos, subidos en robustos gomones amarillos de ocho plazas timoneados por guías locales. Para un descenso seguro son necesarios casco, remo y chaleco salvavidas.

El river boarding es una novedosa y más extrema variante del rafting. Los rápidos se bajan sin balsa, a pelo, con casco y aletas, con el torso apoyado en una pequeña tabla rectangular de poliuretano, parecida a las tablas de bodyboard que se utilizan en las playas surferas. Durante el descenso te acompañan varios guías. Por su riesgo, esta actividad exige mucha supervisión.

Optamos por medio día de river boarding y medio de rafting. Precio total: unos cien euros. Sobre la tablita de bodyboard las sensaciones son más intensas que sentado con un remo en la borda de una balsa hinchable. Desde el momento que metes los pies en las frías y revueltas aguas del Zambeze pasas la mitad del tiempo bajo la superficie, magreado por una tumultuosa y ruidosa espuma blanca. En algunos lugares se forman olas estáticas, es decir, olas de dos o tres metros de altura que rompen permanentemente sin moverse del sitio. Las sensaciones son fuertes y la adrenalina regurgita en nuestro interior. Es una experiencia especial la de dejarse llevar por millones de toneladas de líquido y espuma que viajan y bailan contigo, zarandeándote y acompañándote. Es parecido a un inmenso alud de nieve, estruendoso y devorador, pero en este caso te deja cabalgarlo, aunque impotente y a su merced.

Mientras sacas la cabeza para respirar en el epicentro de este caos, notas aterrado que, sin ningún control, pasas como un obús muy cerca de las orillas rocosas, que se mueven hacia atrás a una velocidad espeluznante. Es como mirar el paisaje que pasa desde la ventanilla de un coche. Ahora te mueves como un tapón de corcho en un arroyo crecido. Me recuerda a lo que sentía de niño en una atracción de feria, cuando en el cochecito caía la lona y seguía bamboleándome en la oscuridad. Algunos rápidos de este tramo son grado 6 (extremadamente peligrosos) y debíamos salir del agua, con la tabla bajo el brazo o arrastrando la balsa, y flanquearlos caminando por las rocas.

Por la tarde, tras un breve y húmedo pic-nic, continuamos bajando las aguas del Zambeze en una balsa amarilla de caucho, esta vez con ocho compañeros y un guía-timonel. Se trataba de no volcar, y para ello usábamos nuestros remos para pasar por la zona más tranquila de cada rápido, sin estrellarnos contra las traidoras rocas que emergían en cualquier sitio.

Aunque se produjeron en un entorno controlado y hubo que pagar para disfrutarlos, no por ello dejaron de ser momentos para recordar toda la vida. Te recomiendo que vengas a Vic Falls si te gustan las sensaciones fuertes. La mejor manera de llegar hasta aquí es tomar un vuelo a Harare vía Londres, descansar uno o dos días en la capital, y pasar un largo día de autobús o tren. Es recomendable informarse previamente sobre la situación política de Zimbabue. Victoria Falls sigue siendo un oasis de diversión en el extremo noroeste de un país atormentado.