AFRICA | BOTSUANA

Tras divertirnos de lo lindo en Victoria Falls, Eduardo, Juan y yo nos echamos las mochilas a la espalda y emprendimos camino hacia Botsuana. La frontera quedaba sólo a media hora en coche. Reservamos un taxi por un precio razonable y nos encaminamos al puesto fronterizo de un país al que no sabíamos si podríamos acceder, ya era obligatorio un visado y en la frontera no lo concedían. Edu y Juan viajaban sin visado. Afortunadamente la jugada nos salió bien porque los funcionarios fronterizos se apiadaron al vernos colgados y sin transporte. Además, según aprendí entre Malaui y Zimbabue, todo visado tiene un precio, y mis acompañantes estaban dispuestos a desembolsar lo que hiciera falta. Eran pocos días de vacaciones y su tiempo valía oro. Tras un corto trámite aduanero, sonrisas forzadas y miradas furtivas con los aduaneros, una furgoneta que entraba en el país nos acercó amablemente a Kasane, el pueblo más cercano. El sol se escondía y habíamos llegado a un lugar fantasmagórico, sin tráfico, con poca gente y menos casas. Tras dar mil vueltas por las cuatro calles del poblado no encontramos camas disponibles. Después de varios días de frívola diversión nos encontrábamos de frente con el África real, la de la supervivencia y la improvisación. Mis compañeros de viaje se pusieron algo nerviosos ante tanta incertidumbre. En un golpe de suerte, terminamos acostados en el suelo de una choza a varios kilómetros de Kasane, en un poblado aún más pequeño. La vivienda circular de barro con techo de paja, sin ventanas y una puerta de madera tallada era propiedad del conductor de una camioneta pick-up que se apiadó de nosotros. Me había acostumbrado a suplicar ayuda. Nada más dejar nuestras mochilas en el suelo de tierra compactada de la choza, nuestro benefactor nos presentó al jefe del clan, vecino de choza, hombre enjuto y ajado pero muy amable, que nos dio la bienvenida en buen inglés. Juan y yo fuimos a tomar unas cervezas un una choza bar, la única con electricidad. Entre miles de libélulas inofensivas que chocaban contra nuestro cuerpo y crujían debajo de las suelas de nuestras botas, cantamos con los demás vecinos, que se acercaban curiosos para conocer a los mzungus europeos. Eduardo dormía a pierna suelta en la choza.  Al amanecer del día siguiente, nos apretujamos a base de empujones en el asiento trasero de una furgoneta-taxi que nos llevaría hasta la lejana Nata. Pasamos muchas horas comprimidos en pocos centímetros cuadrados, sin espacio para mover las extremidades y acompañados de africanos silenciosos y amables. Desde Nata, un autobús algo más cómodo hasta el más lejano Maun, a las puertas del mítico Delta del Okavango.

Botsuana es un país algo más extenso que España, con menos de dos millones de habitantes y sin salida al mar. El tsuana y el inglés son idiomas oficiales, por lo que la comunicación con los locales es fácil. El país linda con Namibia al Oeste y Norte, Zimbabue al Este y Sudáfrica al Sur. En el momento de hacer este viaje la conexión aérea Europa-Okavango era complicada. Primero había que volar hasta Sudáfrica, y desde Johannesburgo embarcarse en otro avión hasta Gaborone, capital del país, y tomar un tercer avión (de hélice) hasta Maun. Mínimo un par de días de viaje, si no hay retrasos o cancelaciones. Botsuana está cubierta por sabanas y Kalahari, un desierto semiárido punteado de arbustos y azotado por fuertes vientos y temperaturas nocturnas bajo cero. La estación lluviosa transcurre durante el verano austral, entre noviembre y marzo. Botsuana tiene una de las rentas per cápita más alta de Africa, gracias a las minas de diamantes y a un buen gobierno. La incidencia del Sida es altísima, y muy baja la tasa de natalidad.

Los primeros habitantes de Botsuana fueron los bosquimanos y otras tribus, que formaban las naciones tsuanas. A principios de siglo XIX los primeros misioneros europeos quedaron impresionados por la excelente organización social de unos pueblos en la prehistoria económica. David Livingstone se casó con la hija de un misionero, pero los Boers le acusaron de vender armas a los Tsuanas y quemaron su casa.

Uno de los más importantes hitos en la historia de esta nación renacida (se independizó de Gran Bretaña en 1966) fue el Gran Trek o viaje de los Boers sudafricanos al norte del río Vaal. Los Boers reclamaban su derecho divino a ocupar (¡cuantos exterminios masivos por el derecho divino a ocupar) cualquier tierra en el sur de Africa. En una gran columna, veinte mil colonos blancos cruzaron el rio Vaal e invadieron territorio Tsuana y Zulú, reclamando las tierras como suyas. La superioridad de las armas de fuego sobre las lanzas y arcos hicieron el resto. ¡Cuanta tierra para colonizar! Cada granjero Boer tenía derecho a ¡2.400 hectáreas de terreno! Las tribus nativas desplazadas por la invasión pidieron ayuda a los británicos, y en 1885 los territorios que quedaban a los Tsuanas se convirtieron en el protectorado británico de Bechuanaland. La mitad norte se convertiría en la actual Botsuana. Algunos años después el denostado empresario-militar-colonizador británico Cecil Rhodes intentó apropiarse de extensos territorios para ampliar su imperio de minas de oro y diamantes y dar realidad a su proyecto de unir El Cairo con Ciudad del Cabo por ferrocarril, rodando siempre sobre territorios británicos. La dependencia de Botsuana de Gran Bretaña se alargó hasta finales de 1940 por miedo a una nueva invasión de los sudafricanos (los antiguos boers vivían al sur de su frontera). En 1966 el país se independizó de Inglaterra sin derramar una gota de sangre y pasó de llamarse Rhodesia del Sur a su actual denominación. Se acordó mantener el título de propiedad de los rancheros o descendientes de colonos blancos. Casualmente en 1967 se descubrieron algunos de los yacimientos de diamantes más importantes del mundo. Existe un acuerdo de explotación con la minera sudafricana De Beers (irónicamente, fundada por Cecil Rhodes), que deja un 75% de los beneficios en el país. En los 80, Botsuana mantuvo el segundo ritmo de crecimiento económico más alto del mundo. Es uno de los pocos países más estables y democráticos de África.