Tanzania es la primera escala del periplo por doce países de África, el continente más misterioso, más difícil de recorrer y tal vez menos explorado.
He comenzado el viaje en Nairobi, y al poco tiempo llegué a Tanzania. En la tres semanas recorriendo Tanzania he subido al Kilimanjaro, el techo de África, he disfrutado en dos de las mayores reservas de animales salvajes del mundo: el Parque Nacional de Serengeti y el Crater de Ngorongoro, y por último, he vagado por la isla de Zanzíbar, un pequeño paraíso en el Índico donde se mezclan lo mejor del África negra y de la cultura musulmana. Por si fuera poco, la isla esta bien servida de playas espectaculares.
Pero vamos al principio. Tras un largo recorrido en avión desde las Islas Fiyi hasta Madrid, con breve escala en Estados Unidos, me embarqué en un vuelo barato Madrid-Nairobi con escala en Amsterdam. En Holanda pasé una tarde con mi amigo Jerome y su familia, tomando un café cerca de alguno de los canales que tejen esta joya europea habitada por gente guapa, cosmopolita e interesante. Sin haber dormido, agotado y ya de madrugada abandoné un Schipöl casi vacío, embarcado en un viejo y sucio avión de Kenyan Airways, destino Nairobi. La paliza valió la pena porque solo pagué 320 euros usando el manido carnet de estudiante internacional que compré por cinco euros en un hotel de Ulan Bator.
Viajar por África ha sido una experiencia muy distinta a la vivida en cualquiera de mis anteriores andanzas. No puedo estar más de acuerdo con lo que escribe el periodista Ryszard Kapucinski en su magnifico libro Ébano: “tiempo ha, cuando los hombres atravesaban el mundo a pie o a caballo o en naves, el viaje los iba acostumbrando a los cambios. Las imágenes de la tierra se desplazaban despacio antes sus ojos, el escenario del mundo apenas giraba. El viaje duraba semanas, meses. El hombre tenía tiempo para familiarizarse con ambientes diferentes, con nuevos paisajes. El clima también cambiaba gradualmente, poco a poco. Antes de que el viajero de la fría Europa alcanzase el ardiente ecuador, ya había experimentado la temperatura agradable de Las Palmas, el calor de El-Mahara y el infierno de Cabo Verde”.
¡Hoy no queda nada de aquellas gradaciones! El avión nos arrebata violentamente del frío glacial y de la nieve para lanzarnos, el mismo día, al abismo candente del trópico. De pronto, cuando apenas nos hemos restregado los ojos, nos hallamos en medio de un infierno húmedo.
En una pensión de Nairobi compartí habitación con Jean Luc, un mochilero frances/noruego que conocí en el aeropuerto y venía con el solo objetivo de coronar el Kilimanjaro. En mi primera salida del tugurio de tres euros la noche tuve la primera experiencia puramente africana. En medio de un tráfico caótico el tuk-tuk o moto-taxi de tres ruedas en el que me desplazaba para hacer alguna gestión maniobró violentamente e hizo un giro de 180 grados, saltando imprudentemente el estrecho bulevar de tierra que dividía los carriles de una avenida. Mi vehículo se plantó de costado en medio del carril contrario y fue embestido ipso-facto por un matatu o taxi-furgoneta, que no tuvo tiempo para reaccionar. Mi conductor salió disparado por el hueco de la derecha (los tuk tuks no tienen puertas o ventanas, solo una lona en la mitad superior y un parabrisas de plástico).
Creo que quedó sin sentido y herido leve. Milagrosamente salí ileso, aunque terminé boca abajo, con la mejilla izquierda apoyada sobre el sucio y caliente asfalto. Mientras acudía un aluvión de curiosos hacia el lugar del accidente, hice un pequeño quiebro y escapé entre la multitud como el que huye de los enemigos en una fortaleza cuyo portón acaba de caer. Temía las pérdidas de tiempo, declaraciones y lentos trámites en la comisaría local. El atasco que nuestro incidente provocó fue monumental.
Al día siguiente partí en un autobús barato hacia Arusha (Tanzania), a trescientos kilómetros al sur del poco recomendable, peligroso y atestado Nairobi. Durante el paso de aduanas en la frontera sufrí el típico intento de timo del que son objeto muchos europeos que viajan en autobuses públicos. En la frontera el bus se detiene unos treinta minutos para que el chofer y sus pasajeros realicen los trámites aduaneros. Algunos incautos se acercan a cambiar dinero en las casas de cambio: chozas de paja con un par de bancos de madera, una mesa de chapa y un tipo sentado que espera, jugando con un fajo de billetes arrugados, para darte por tus dólares o euros un 10 o 15% más de lo que ofrece el mercado oficial. Los comisionistas captan al incauto turista tras pasar la aduana y lo empujan sutilmente hacia el kiosco de paja, mientras le van poniendo nervioso avisándole machaconamente sobre la ficticia partida inmediata de su autobús, y la conveniencia de darse prisa para cambiar dinero. Si no cambia rápido, te quedas en tierra. Con la tensión del momento y una calculadora trucada caes en la trampa de un cambio 50% inferior al oficial. Por suerte tenía a mano mi calculadora, y justo antes de soltar los dólares me di cuenta del engaño. No hubo más consecuencias y subí al autobús, todavía vacío.
Arusha es el centro turístico más importante del norte de Tanzania. Está a mitad de camino entre los parques nacionales de Kilimanjaro, Lago Manyara, Serengueti, Crater de Ngorongoro y Tarangire. En esta ciudad de casi 300.000 habitantes bajo el Mount Meru se agolpan cientos de safari tour companies, la mayoría regentadas por europeos. Desde aquí pretendía organizar mi subida a los casi seis mil metros de Uhuru Peak, cima del Kilimanjaro. Un mochilero astuto me comentó que los precios para ascender a la cumbre eran demasiado altos en Arusha, y me convenció para que me acercara a Moshi, un pueblecito en las estribaciones del coloso nevado (cada vez menos). En Moshi traté con touroperadores tanzanos y rebajé el precio casi un 20% sobre Arusha, hasta dejarlo en 450 euros por una ascensión de cinco días, escoltado por dos porteadores y un guía local. La tarifa incluye el canon obligatorio por acceso y estancia en el parque nacional, además de comidas y alojamiento en los refugios durante la ascensión. No está permitida la ascensión libre, como me hubiera gustado.